El capitán Long John Dreaper nunca había carecido de sentido del humor, como quedó demostrado cuando rescató de una balsa a la deriva a una pandilla de chicos maleducados que tuvieron la impertinencia de amenazarle. Habría tenido que ceder el mando del barco a cambio de su vida y la de su tripulación.
Divertido e intrigado, Dreaper se ofreció a demostrar su valía, ya que afirmaba que nadie en el mundo tenía fuerza e inteligencia suficientes para rivalizar con su unidad. Les envió en misión de reconocimiento e infiltración a una base imperial a la que él mismo nunca había podido acercarse, prometiendo a los chicos una nave propia si conseguían traer alguna información de interés.
Para su sorpresa, los chicos le entregaron un mapa de las defensas de la base, que cayó tres días después. Dreaper cumplió su promesa ordenando la construcción de una pequeña nave espía.
Hizo más que eso, pues diseñó para ellos un estandarte adecuado, que cada uno de ellos llevaba ahora en el pecho como legítimo orgullo y que con el tiempo llegó a ser tan temido como el de los grandes Piratas.